sábado, 1 de noviembre de 2014

Fragmento del artículo "El yobel calceatense y otras reliquias numinosas" de Iván Vélez

Os dejamos un fragmento de un artículo que nos ha enviado Iván Vélez a la dirección info.pozuelo@gmail.com, el artículo completo lo podeis encontrar en http://www.nodulo.org/ec/2009/n089p14.htm. 

(fuente: http://www.nodulo.org/ec/2009/n089p14.htm)

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Dejaremos en este punto La Rioja para, siguiendo un camino análogo al abierto por Bueno, tratar otros «asunto de cuernos».



Como dijimos, la casuística milagrosa es inabarcable, por lo que habremos de optar por algún conjunto de milagros que graviten en torno a algún santo o virgen que sirva a nuestros propósitos. De este modo, nos decantaremos por los milagros descritos por don Francisco Antonio Fuero, cura nacido en el pueblo conquense de Cañizares, dentro de una potente saga eclesiástica, quien en 1765 publicó el libro titulado: Breve noticia del aparecimiento de María Santísima de Los Hoyos, y situación de Ercávica sobre la Hoz de Peñaescrita en la ribera del río Guadiela{5}. En el volumen impreso en Universidad de Alcalá de Henares, el religioso, además de polemizar con otros autores sobre la localización de la ciudad romana de Ercávica y otros episodios de la Historia de España, relata cómo la imagen de la virgen que en el siglo noveno enterrara el obispo Sebastián de Ercávica, en su huida a Galicia por causa de la invasión islámica, es descubierta por una joven vaquera llamada Polonia enterrada junto a una campana que habría de tañer en la espadaña de la ermita que en aquel sitio erigieron los fieles para venerar la recobrada talla.

Lo narrado por Fuero recuerda otras muchas leyendas que involucran a bueyes o toros, como la localizada en Cabezón de la Sal, según la cual, una imagen de la virgen fue descubierta por los cuernos de un toro cuando se disponía a beber agua en un bebedero. Por citar otro ejemplo, podemos referirnos al caso del municipio cordobés de Encinas Reales, que debe el levantamiento de su templo al hecho de que los bueyes que transportaba la imagen de un Ecce homo, se detuvieron, sin poder avanzar, hasta quebrarse las patas en su esfuerzo, en el punto en que hoy se alza la iglesia.

El relato narrado por Antonio Fuero es de carácter arquetípico, y se adecua a la costumbre de enterrar imágenes sagradas, tanto de vírgenes, como de crucifijos o santos. Tales enterramientos eran norma habitual para aquellas tallas que se habían quedado «anticuadas» con el paso del tiempo y que habían sido sustituidas por otras más acordes con el gusto artístico de épocas posteriores, por lo que aquéllas se emparedaban o enterraban. No se podían destruir, ni mucho menos arrojar al fuego, por eso se optaba por esas alternativas para hacerlas desaparecer. Prueba de esta práctica es el hecho de que hoy, al realizar obras en los templos, no es extraño encontrar piezas de este tipo ocultas bajo el pavimento, o al vaciar algún arco o ventana e incluso detrás de algún retablo. En el caso que nos ocupa, la cuestión de la imagen enterrada ofrece numerosas y fundadas dudas, pues la huida del Obispo de Ercávica se produjo en el siglo IX, por lo que su viaje se inscribe en el período de las fuertes reacciones iconoclastas inauguradas por León III de Bizancio. Al margen de esto, hemos de añadir que las primeras imágenes de vírgenes que se conservan son posteriores a esta fecha, siendo la figura del Salvador, heredera del Pantocrator acompañado del tetramorfo, la más frecuente en la época en que suceden los hechos que narra Fuero. Por último, según la documentación estudiada por el propio cura de Azañón, la primera imagen venerada dataría del 1389, año en que es encontrada en las ruinas de Ercávica, es decir, cuatrocientos años más tarde de la huida de Sebastián, dato que posibilitaría su condición de talla románica o gótica.

Sea como fuere, lo que nos interesa es hablar de los milagros atribuidos a la Virgen de los Hoyos, milagros que, por de pronto, se diferencian de los del santo riojano en que la Virgen no los realizaría «directamente», como ocurrió con las sanaciones y resurrecciones debidas a los «poderes» de Santo Domingo. En el citado libro, el clérigo que oficiaría en la villa de Azañón, da fe de multitud de milagros que podríamos clasificar como milagros materiales si atendemos a los criterios empleados por Bueno. Ante la invocación de la Virgen de Los Hoyos, los ciegos vuelven a ver, los tullidos recuperan la verticalidad y las fuerzas, los males de ojo son anulados, se producen curaciones de ultramar, incluso sanan los animales, brutos los llama Fuero, en claro paralelismo con la terminología empleada por Feijoo, de quien el de Cañizares fue un ávido lector. Así lo narra el cura conquense:

«Es cosa maravillosa por el concurso de gente, que viene a esta Santa Casa de los Hoyos, y quantos sana de enfermedades terribles, unos en sus tierras encomendándose antes que vengan, otros viniendo, en el campo otros, estando en esta Santa Casa otros; otros bolviendose tocados con la Santa Imagen, que en esta Iglesia con tanta veneracion está; otros con llevarles algunas cosas tocadas á Nuestra Señora á los enfermos. Dios que los obra por intercesion de su gloriosa Madre, sabe bien estas maravillas; y tantos quebrados sanos, y desvencijados niños, y niñas, mozos, y á hombres viejos, y muchachos de mal de corazon, hombres, y mugeres, especialmente siendoles tocados con la Santa Imagen en el corazon es como red abarredera en esta enfermedad; y mugeres sanas de sangre lluvia, de perlesía, de locura, de falta de vista, de sordera, de manquéz de manos, y tullicion de pies, de quartanas, tercianas, y de otras muchas enfermedades...»{6}

Conseguida la increíble curación, los feligreses, agradecidos, no dudan en ofrecerle a la Señora las penitencias prometidas, o los bienes ofrecidos en momentos tan delicados. Entre los exvotos de cera –reproducciones de extremidades fundamentalmente– muletas y aparatos ortopédicos que se ubican el altar, destacó, hasta hace escasas décadas la presencia de una reliquia numinosa, un reptil disecado del que nos ocuparemos más adelante. Es interesante, por otro lado, detenernos, parafraseando a Bueno, en la mayor «descarga» de milagros acaecidos con la ermita y la Virgen como epicentro. Volvamos al libro:

«Casi todos los milagros autenticados en la referida forma sucedieron por los años de 1560 hasta el 1583 y despues acá no se han experimentado tan singulares, y frequentes. El necio, y preocupado vulgo está persuadido, a que Maria Santissima de los Hoyos no hace tantos prodigios despues que dieron nueva encarnación los Pintores al sagrado rostro de su Imagen, pero á mi me parece que por dos razones, que no subsisten al tiempo presente obró Dios Nuestro Señor por medio de este antiguo, y adorable Simulacro de su Madre Santissima tantos portentos, y maravillas en los referidos años, en que era de mayor necesidad el uso de los milagros.»{7}

Mientras que el vulgo, atribuiría la ausencia de milagros a la falta de «eficacia» de la nueva imagen, estableciendo una férrea relación fetichista entre la figura y los milagros, Fuero ve en dichas muestras externas del poder ultraterreno, una réplica, «por la vía de los hechos milagrosos», al auge logrado por los reformistas, que habrían puesto a la católica España en su punto de mira. Demos de nuevo la palabra a Antonio Fuero:

«Concluido el Concilio de Trento en el año de 1563, y condenados los errores de Lutero, y de Calvino, empezaron sus sectarios con el mayor esfuerzo á propagar sus malditos dogmas que hicieron infelicismo este siglo, infestando la Ingalaterra, Olanda, Dinamarca, Suecia, y la mayor parte de Alemania: Negaron estos perfidos heresiarcas el culto de las Sagradas Imagenes, como el que dios obre Milagros por la veneración que los Catholicos con humildad, y rendimiento les tributan; y era de temer se extendiese á nuestra Hespaña tan pestilente doctrina, yá por estár dominante en gran parte de la Europa, y yá por el esfuerzo que los mismos Hereges hicieron para introducirla con varios Libros, segun refiere el Padre Famiano Estrada: pero se opuso Maria Santissima como Maestra de la verdad a la incredulidad temeraria de estos Hereges, no permitiendo que á su amada Hespaña contaminase la heregía, que como negaba este monstruo la existencia, y certidumbre de los milagros, quiso el poder divino obrarlos en copioso numero por invocacion y culto de la Imagen de Maria Santissima de los Hoyos. Cómo á vista de esto se dexarian engañar los Hespañoles, viendo, y experimentado por sí mismos, lo que negaban los impios Luteranos? Ni como havian de contestár los Fieles el desprecio de las Santissimas Imagenes, experimentando en su veneracion estupendos prodigios?»{8}

Al margen de los diversos milagros, como se puede apreciar, en torno a la Santa Casa de los Hoyos, se celebraban muchas y diversas ceremonias, con la romería que ha perdurado hasta hoy como acontecimiento cumbre. Entre estas celebraciones, Fuero no se resiste, para reprobarlas, a citar las comedias allí representadas –arte fuertemente ligado al catolicismo–, los bailes, e incluso, los toros que en sus aledaños se lidiaban, volviendo de este modo a aflorar, siempre según nuestras coordenadas, componentes de la religión primaria.

A la narración dada a la imprenta por Antonio Fuero, y al margen de la obra de teatro escrita también en el siglo XVIII por Julián Manzano del Pino bajo el título: El asombro de la tierra, en milagros y devotos: Nuestra Señora de los Hoyos, se superpondría posteriormente otro relato, en este caso de carácter oral. La leyenda popular, que por los datos que aporta, y por no figurar en la obra del erudito párroco cañizariego, podría situarse en el siglo XIX, dice que un pastor de la zona domesticó a un lagarto –hecho por lo demás nada extraordinario pues el que esto escribe ha sido testigo de cómo estos reptiles llegan incluso a comer de la mano del hombre– en el monte. Dicho pastor tuvo que marchar a la guerra –no se especifica cuál– y al regresar, tras llamar al lagarto, éste acudió convertido en un reptil de grandes proporciones que intentó atacar a su otrora protector. El muchacho, aterrorizado, corrió hacia la ermita invocando a la Virgen, y ésta, aplastó al lagarto cerrando de golpe las puertas de la ermita al paso de éste.

Lo interesante de este popular milagro es que tuvo un correlato físico que sobrevivió hasta hace unas décadas en el altar de la citada ermita. Se trataba, al parecer de un reptil disecado, si bien otros, más escépticos, rebajando así el nivel de adecuación entre reliquia y relato, dicen que en realidad era una figura artificial que representaba a un saurio. En definitiva, al margen de su «fidelidad» y adecuación con el modelo que protagoniza la leyenda, lo que se exhibió en la ermita fue otra reliquia numinosa. Dado que Fuero habla de milagros de ultramar, bien pudiera ser que el animal disecado o una representación realista del mismo, fuera allí enviada por algún indiano.

Junto a los exvotos aludidos, la figura central del templo es la Virgen de los Hoyos. La imagen que allí se venera, porta en sus manos al Niño y su cabeza está coronada bajo un nimbo de estrellas en el que se inserta una paloma que simboliza al Espíritu Santo. A sus pies se halla una media luna en cuarto creciente, resultando ser una composición que encaja a la perfección con la cita que el evangelista S. Juan hace en el capítulo 12 del Libro del Apocalipsis:

«Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.»

Será de nuevo uno de los atributos simbólicos de la Virgen, lo que nos permita recorrer, en el sentido inverso, las diversas fases de la religión. Nos estamos refiriendo a la media luna que se posa sobre sus ropajes. Este símbolo, que algunos exegetas relacionan con san Juan Bautista y otros con el Islam derrotado por la Cristiandad –una cristiandad, en cualquier caso, hispana– permite una interpretación diferente a las citadas. La luna nos pondrá de nuevo en contacto con las astas de los toros. Una vez más habremos de recurrir a Gustavo Bueno, en concreto a su magna obra. En el cuarto todo de su Teoría del Cierre Categorial, en un contexto en el que se refiere a la separación de las identificaciones fenoménicas, el riojano recurre a un ejemplo de gran utilidad para nuestra argumentación:

«El Sol de identificará con el fuego, por semejanza que su calor y su luz presentan con el calor y luz de una hoguera, de la misma manera que, en épocas anteriores, los cuernos de la Luna se identificaban con los cuernos de la vaca Athor o del toro Mitra.»{9}




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Iván Vélez
Carrascosa

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