viernes, 19 de octubre de 2007

Peña Escrita

(fuente: http://paladeando.blogspot.com/2006/05/pea-escrita.html )

Si la civilización romana alcanzó la supremacía sobre todo el orbe conocido aplicando el modus vivendi romano hasta el último rincón del extenso Imperio forjado a lo largo de siglos de perpetuas conquistas y sangrientos enfrentamientos bélicos, tal logro se debió en gran parte a la intrincada red de infraestructuras viarias que conectaba mediante calzadas apropiadamente pavimentadas toda la geografía imperial.La solidez y el mantenimiento de la consistente estructura vial permitía un rápido acceso a cualquier región, por alejada que estuviese, de la fuerza armada legionaria así como posibilitaba el fomento de las relaciones comerciales entre etnias y ciudades.

Las calzadas romanas solían comunicar ciudades, salvando los accidentes geográficos mediante ingeniosas obras públicas como puentes que todavía se pueden admirar indemnes ante el inexorable paso de los siglos.Aunque bien avanzado el siglo III, con el comienzo del ocaso de Roma y el progresivo abandono de los núcleos civiles, y coincidiendo con la proliferación de las villas rurales, empezaron a construirse calzadas con la única y exclusiva intención de permitir el acceso a estas cada vez más numerosas villas campestres.

Si volvemos nuestros ojos hacia mi adorada tierra natal, allá donde se confunden Alcarria y Serranía de Cuenca, a pocos kilómetros al este del villorrio de Alcantud en un encajonado vallecillo horadado por el sordo y milenario discurrir del río Guadiela conocido como estrecho de los Toriles, aledaño a la pedánea central eléctrica y a una altura aproximada de unos 2,50 metros, se halla una erosionada inscripción latina esculpida a golpe de cincel en un farallón calizo al pie de una desgastada vereda que recuerda como Cayo Julio Celso patrocinó la pavimentación de tal calzada por espacio de varias millas.Tal reseña epigráfica es conocida tiempo ha pues Ambrosio de Morales ya la cita en su obra "Las antigüedades de las ciudades de España" allá por el año 1577, concediendo el nombre de Peña Escrita a la gigantesca mole rocosa que cobija la inscripción.

Se barajan dos hipótesis para explicar la motivación que guió al acaudalado potentado romano en su comunitario propósito.Una primera sostiene que el trazado relacionado formaba parte de una calzada que unía la ciudad celtíbera de Ercávica(Santaver, Cañaveruelas, Cuenca) con la capital del convento jurídico correspondiente Caesaraugusta(Zaragoza).Otra vaticina que la intención que perseguía el rico propietario era mantener un acceso vial a su villa agrícola localizada en el paraje de Huertabellida(Santa Cristina, Carrascosa, Cuenca) sito algunas millas al este de Peña Escrita aprovechando un fértil meandro del Guadiela.

Cabe tildar ambas elucubraciones de disparatadas en la misma medida que se podrían calificar como atinadas.En estos momentos, no existen pruebas fehacientes que inclinen la balanza hacia una de las opciones, incluso ambas podrían ser erróneas.Lo que es indiscutible es la existencia de Peña Escrita y su calzada asociada.Una sugestiva invitación a fantasear e imaginar ocultos significados de la antiquísima inscripción pétrea.Parece que mi bisabuelo tuvo ocasión de hacerlo a placer mientras pastoreaba ociosamente por aquellos legendarios lugares.

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