miércoles, 18 de junio de 2008

Brujeria e Inquisición en Cuenca (Siglo XVII). "LAS BRUXAS DE TINAXAS" (I)

(Fuente:Revista Guadiela)
(Tinajas es un pueblo de la Alcarria conquense a tan solo 60 km de El Pozuelo.)
La villa de Tinajas, “Villa de su magestad”, situada en el corazón de la Alcarria conquense, en terreno algo quebrado, rodeado de ondulaciones, que por el saliente muestran picudas y caprichosas formas, había descendido en número de habitantes, en poco más de sesenta años, sin que sepamos la causa. Las 1.500 almas que tenía hacia 1580 no llegaban a mil a mediados del s. XVII, por los años en que tuvieron lugar los hechos a que se refiere el documento hallado. Un pasar sencillo y austero, dedicadas sus gentes a las faenas del campo, con buena cosecha de aceite y no tan buena de granos, pero suficiente para vivir, era el denominador común en el entonces de esta villa. Las familias acomodadas de los Porras, los Medialdeas o Mialdeas, los Leones, los Tormenta y algunas más estaban siempre representadas en los sucesos notables y en los quehaceres y oficios públicos del lugar. Muy devotas debían de ser las gentes de Tinajas cuando nada menos que seis ermitas, tres de ellas dedicadas a Nuestra Señora, en diferentes advocaciones, y otras tres a los santos Bartolomé, Sebastián y Quiteria respectivamente, había levantado su piedad. De modo especial veneraban a la Virgen del Campillo, en cuya fiesta, celebrada en su ermita, que fue iglesia de otro lugar ahora despoblado, tenían la sana costumbre de dar abundantes limosnas a los pobres que allí acudían. Para este efecto varios vecinos ordenaron generosas mandas en sus testamentos. La iglesia parroquial dedicada a la Virgen de la Paz, se rehizo totalmente en el siglo XVI, cuando la fiebre constructiva y renovadora se había apoderado de todos los rincones del obispado de Cuenca. Por otra parte, hasta ocho cofradías agrupaban a los vecinos y las misas de aniversario perpetuo eran casi diarias, con lo cual el culto a los difuntos quedaba ampliamente atendido. Sobre hechicería había antecedentes en el clima popular de la villa. Estas cosas se guardan y no se desvanecen fácilmente. María la Herrera o “la del Herrero” había tenido fama de “hechicera y encandilera” hacía un siglo. Estaba convencida de poseer especiales poderes. Sabía de antemano quien, de entre los vecinos del pueblo, tenía su puesto asegurado -“su cama”, decía ella- en el paraíso. Predijo a uno que había de morir el día de San Sebastián y así sucedió. En las actas inquisitoriales está narrado el hecho principal por el que fue acusada. La cruz de Carravillalba, en el camino que va al pueblo de Villalba del Rey, fue testigo de excepción. (Todavía hay en el término municipal de Tinajas varios topónimos con el prefijo “carra”, pero la cruz ya no existe, ni hay memoria de ella). Aquel día, primero de Pascua del Espíritu Santo de 1538, María la Herrera, acompañada de otras cuatro mujeres, a las cuales previamente había convencido para que fuesen con ella, se llegó a media mañana, en ayunas y mudada de ropa, hasta el lugar indicado. Todas se pusieron en oración y entonces María, besando la cruz que con sus dedos pulgares trazaba sobre sus manos enlazadas, comenzó a gritar que ya lo tenía. Asustadas y curiosas a la vez, las otras mujeres lograron separarle las manos y entre ellas pudieron ver “una hostia de las de decir misa”, en la que se notaba la efigie de Cristo crucificado. Temblorosas adoraron la forma, que ninguna osaba tocar pero ella la entregó a Ana Morena, mujer de Pedro García, como “reliquia”, con el encargo de llevarla a Villalba y aplicarla a una cuñada suya que estaba muy grave aquellos días. Este era el milagro que María esperaba hiciese a su favor -para que no la tuviesen más por hechicera- “el Romero”, que se le aparecía en fiestas señaladas, como, por ejemplo, la Ascensión del Señor. Además aseguraba que en la fiesta de Corpus Christi verían cosas más importantes y admirables. No dio lugar. Fue denunciada a la Inquisición, pero ella desapareció del pueblo. Se decía en el molino que la habían visto “ir la vega abajo”. Otros afirmaban que estaba escondida en un cillero en casa de sus padres. Aquí terminó todo para la presunta hechicera. Pero a buen seguro que el recuerdo, y hasta en ciertos casos el convencimiento, debió perdurar largos años. ¿Cómo iban a olvidarse tan pronto de que María la Herrera quien había descubierto las cinco llagas de Nuestro Señor en el brazo derecho de Águeda, la mujer de Juan García, y la había elevado entre las gente a la categoría de santa?. “Si ella entra por vuestras casas, es como si entrase señor San Lázaro”, decía la Herrera, y “en su presencia añadía se obtienen muchas perdonanzas”. ¿No creerían otras personas del pueblo haber visto alguna vez al misterioso romero, que se aparecía a la hechicera, y precisamente en ciertas fiestas y lugares?¿Qué conexión podía tener todo aquello en el hecho de que también en esas mismas fechas, fiestas señaladas del año litúrgico de la Iglesia, y en lugares parecidos, encrucijadas de caminos, es cuando se celebran las audiencias del demonio con sus clientes las brujas?. Es curioso también que en la encrucijada de otros caminos, viniendo de Huete, pasada la sierra del Val del Moro un mozo de Tinajas, Alonso García, había profanado una cruz que allí estaba “enhiesta y elevada”, llamada Cruz del Viso, rompiendo su espada con las “cuatro o cinco cuchilladas de tajo y través”, que le había propinado, dejándola derribada en el suelo. Aunque alegó estar “tonto y borracho”, no pudo evitar que el Santo Oficio le penitenciase. Y esto no hacía tantos años. Había tenido lugar en 1600.

Continuará

De Brujeria e Inquisición en Cuenca, por Dimas Pérez Ramírez, sacerdote, fue Profesor y Secretario del Seminario Menor de Uclés durante los diez primeros años de su creación. Es miembro de la Real Academia de las Artes y las Letras Conquenses y ha desarrollado una importante labor de investigación histórica con la publicación de varios libros y numerosos artículos en los medios de comunicación.


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