martes, 14 de julio de 2009

Hablemos de los gancheros

(Fuente: http://www.lusones.com/)

Hablemos de los gancheros
Angel Torres Canales


Y salió la conversación por casualidad, pues Joaquín había hecho un comentario de que él con doce o catorce años había estado repoblando el cerro de enfrente de la Iglesia y Juanito le replicó... “eso no es nada, yo con ocho o diez años ya iba con los de la madera”. El atardecer ya estaba concluyendo y a esa hora parece que todo está más tranquilo e invita a charlar sin prisa.
Pues sí, yo tengo ahora 84 años pero cuando era un crío estuve de “utillero” (niños que se dedicaban a llevar los “hatos” de los gancheros y a ayudar en todo lo que podían al “cuadrillero” y al “guisandero”) con los de las maderadas. Estábamos en estos menesteres 3 ó 4 críos en la “compaña” (cuadrilla), que la mitad del tiempo andábamos jugueteando y la otra mitad trayendo ramas y leños para hacer la comida y para echar fogatas para que los hombres, los gancheros, cuando regresaban del río se secaran.
Llegaban, los más, chorreando de agua a las parideras, chozas o cuevas, pues cualquier cubierto valía para pasar la noche la compaña. Se mojaban, no ya por que se cayeran al río, sino por la humedad en suspensión, esa neblina que se levanta en los rápidos y chorreras, moja mucho.


Caerse, caerse, casi nunca, ya tenían mucha experiencia y pasaban por encima de los maderos deprisa sin detenerse, pues si se paraban es cuando les daba la vuelta el árbol y caían al agua. Por la noche se hacían grandes hogueras, como decía, para que se secaran y calentaran los gancheros, después secos o medio mojados se ponían a dormir en “camas” hechas con cuatro bujes (boj) en el suelo y tapados con una manta.


A veces se juntaban tres o más, ponían una manta debajo y se tapaban con las otras dos, así guardaban más el calor. El guisandero, cocinaba gachas en sartenes grandes, para unos 14 o 16 hombres, ó judías, en ollas que “bailaban” en el mucho caldo con poca sustancia. Patatas con caldo que cuando se les echaba una “raspa” decíamos que eran con pescado. Desayuno, un trozo de pan tostado a la lumbre para los chavales y el guisandero te regañaba por que le estropeábamos la fogata.
¡Hay que joderse, que tiempos!


Para la comida, como éramos muchos, si espabilabas aún podías sacarle a la olla cuatro o cinco cucharadas por comida, eso y un cantero de pan y ya estabas aviado hasta la cena. Los “roperos” (señores que traían y llevaban la ropa), portaban al pueblo las mudas de todos los que íbamos en la cuadrilla. Nos cambiábamos la muda cada 15 días.
Me acuerdo algunas veces, en invierno, tener que cambiarme de muda al aire libre, por que mi hermano me obligaba, te quedabas en porretas, helando ¡huy copón que frío! Cada uno tenia su talego. Se los daban a las mujeres de cada uno para que las lavaran y cuando volvían los roperos a la compaña les traían, además de la ropa limpia, algo de comer de sus casas a los hombres (güeñas, tocino, si había suerte, bacalao sardinas saladas….) eso lo tenían que administrar.
Había también a modo de economato que el dueño de la maderada ponía de vez en cuando, cogías lo que querías de él, pero luego te lo descontaban del jornal. Yo recuerdo pasar noches de invierno por Tragacete, en todo lo alto de la sierra, nevando toda la noche.


Yo no sé cómo aguantaban tanto los hombres, no es de extrañar que luego no vivieran tantos años. Los hombres a los 50 años ya estaban hechos unos cascajos. La compaña la mandaba un “cuadrillero” (capataz). Las cuadrillas eran de 14 o 15 hombres y 3 o 4 chavales, como ya os he dicho y en cada maderada había varias, pero las más significadas eran la cuadrilla “lantera” (la primera, la de adelante) y la zaguera (la última, la de la zaga).
Los gancheros se conocían el río Tajo, el Júcar, Guadiela, Escabas, etc. danzaban mucho. Había muchos que eran Chelvanos (de Chelva, Valencia), pero los más procedían de las comarcas de por aquí, de las sierras de Guadalajara y Cuenca, pero de donde más, de Priego. Ya se sabían las “covachas” (cuevas pequeñas) y las viseras y entrantes de piedra, a veces se hacía pared con bujes para resguardarlas más.
En épocas de mucho llover, ¡mecagüen la leche! Siempre medio mojado. Íbamos mal calzados y en invierno yo tenía los pies llenos de sabañones que por la noche me picaban como un rayo, me rascaba mucho y no me dejaban dormir, ni a mí ni a mi hermano ni al otro, pues dormía yo entre ellos. Algunas noches me pillaba mis pies entre los suyos para que no me moviera tanto.
Lo que era de admirar eran las construcciones con la misma madera y las rampas que hacían cuando no había mucha agua o cuando rompían los rápidos... La noche se fue metiendo y después de un ¡hasta mañana, si Dios quiere! nos fuimos “cada mochuelo a su olivo”.
Gracias Juan por estas charlas, para que las generaciones venideras sepan de cómo se vivía antes y no se olvide. Gracias por recordarnos otros tiempos donde la mayoría de la gente, como tú dices, ¡las pasaban putas, pero en los campos se oía cantar!.
Esto nos hace reflexionar y estar más contentos con lo que el devenir nos ha deparado a los de ahora.
Benditos seáis todos los que, en tantas generaciones pasadas, fuisteis héroes anónimos, sobreviviendo y encima, echando para adelante a la familia.

Un abrazo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

MARCHALENES Y LAS MADERADAS

MARCHALENES Y LAS MADERADAS
Tradiciones olvidadas

Juan B. Viñals Cebriá

El río Turia, o Guadalaviar, que tan unido está desde siempre con el arrabal conocido en la antigüedad con el eufónico nombre valenciano de Marjalena que en aquellos remotos tiempos
se encontraba situado a extramuros de vora riu Turia, al norte de la ciudad de Valencia. Nuestro río nace en el pequeño pueblo aragonés Guadalaviar de nombre árabe, es donde nace el llamado río Turia, Blanco, o Guadalaviar que por todos estos, y otros nombres, se ha conocido a lo largo de la historia este río, que tan vinculado a estado desde siempre a la ciudad de Valencia y muy especialmente a nuestro arrabal, donde en ocasiones el lecho del río quedaba fundido con les terres marjalenques, la conca y la hondonada formando todo un mismo ente. De la época que la urbe se encontraba sitiada por las huestes del Cid Campeador, una expresiva elegía árabe que hace mención expresa al –Guadalaviar; río, que tan estrechamente emparentado a estado desde siempre a la vida o la desolación, todo como consecuencia de los cambios originados por las propias circunstancias naturales, o en función de sus cíclicas crecidas y de los procesos de desbordamientos de la red de paleo cauces y torrenteras que discurrían por la parte izquierda donde el viejo arrabal y el río se fundían como un sola cosa.-
“El tu muy noble río Guadalaviar, con todas las otras aguas de que tú muy
bien te servias, salido es de madre e va donde debía.”
***
Nuestro río Turia en su nacimiento discurría por profundos tajos excavados en calizas y areniscas que no dejan ningún espacio para aprovechar sus orillas para los cultivos. En su paso por nuestro arrabal ocurría justo lo contrario unos pocos kilómetros antes de desembocar en su inmensa huerta, en sus margenes inclusive en Parterna, al igual que en nuestro raval se cultivaba la planta del arroz. El río Guadalaviar era tan caudaloso en la más remota antigüedad que fue navegable para los barcos fenicios y cartagineses, quienes remontaban aguas en busca de productos en los poblados ribereños, posteriormente en documentos medievales vinculan el censo por la concesión de los permisos para navegar las barcas hasta las cercanías de Paterna, Marco, 1960 -en su argumentada publicación, ofrece la tesis de Valls, en el que se narra que el transcurso de la tercera década del siglo XV era navegable el río Guadalaviar.
“(…) Alfonso el Magnánimo concedió en enfiteusis a Bernardo de Basaldú el derecho de tener barcas en el Guadalaviar desde Paterna al mar con censo de un morabitin de oro por cada barco que tuviese, todo ello para obviar
los peligros que existían.
Durante siglos, las gentes de los Serranos y del Rincón de Ademuz, sobrios moradores del norte de la provincia de Valencia, fueron los encargados de conducir, con pericia y en arriesgadas travesías río abajo, los troncos cortados de aquellos montes, hasta que concluían diestramente almacenados en la llanura, o en la conca junto la Rambla de la antiquísima Marjalena/Marchalenes, todas estas cuadrillas de guías de las arriesgadísimas maderadas, eran considerados por su valentía y arrojo, con el calificativo de intrépidos. Rivalizaban en tan codiciada habilidad y bravura las cuadrillas de gancheros conquenses que sobre el río Quélaza (Cabriel), quienes conducían la maderada al sur de la provincia de Valencia, concretamente hasta Alcira, en la Ribera Alta y, desde esa importante ciudad, eran reconducidos nuevamente los troncos hasta Cullera, en la Ribera Baja, y desde esta última población, se embarcaban hasta Denia, en la Marina Alta, donde existían expertos calafates dedicados a la construcción de barcos y experimentados mestres d`aixa.
De esta tan arriesgada como peligrosa profesión han escrito entre otros, don Teodoro Llorente, J. Pardo de la Casta, Manolo Cambra Martí, Miguel Romero Zaiz. M. Sanchis Guarner, en su libro.- “La Ciutat de València (1983), se refiere de la manera siguiente a tan espectacular profesión.-
“(…) Hom distinguia la “fusta de mar” o d`importació desembarcada en el Grau, de la “fusta de riu” procedente dels boscos d`Aragó i del Serrans, que era devallada surant pel Túria, en rais conduïts per intrepits “ganxers” de Xelva o Ademús, i apilada en “peanyes” a Marxalenes i a la Saidia”(SIC).
Previamente a la llegada de la maderada, se ordenaba atrancar todas las compuertas de las azudes, tanto los de la parte derecha, como la parte izquierda del río, y de esa manera se propiciaba aumentar sensiblemente el caudal del rio, para mejor trajinar con los troncos por el entoncez caudaloso cauce del Turia.

Don Luís B. Lluch Garín erudito local, hace la siguiente descripción en “Los Bosques Valencianos” (1957),-
“(…) El pregonero del bosque era aquella voz que, como un heraldo corría por las calles de nuestra vieja
ciudad:
_ ¡Ha llegado la maderada!
Todos los vecinos llenaban el puente Nuevo, nuestro actual puente de San José, y se acomodaban sobre la barandilla para contemplar a sus anchas y con toda comodidad aquel curioso espectáculo (…). Nos dice y cuenta don Teodoro Llorente, en su “Historia de Valencia” que los madereros Chelvanos, y también -añado yo- los buenos madereros del Rincón de Ademuz. “Era gente sobria y valiente –sigue describiendo el citado autor-, de tostado cutis y músculos de acero, de aspecto semiarábigo, vistiendo tosco y acampanado sombrero de negrusco fieltro, fuerte chaquetón de paño pardo, voluminosa faja y cortos zaragüelles de lienzo blanco y empuñando el gancho de su oficio , fuerte alabarda con la cual guían los maderos, los separan, los recogen y dan curso habilísimamente a ese montón enorme de troncos que de el río llega, y que en cada instante amenaza con un peligroso embarrancamiento. Por un mísero estipendio –continúa el citado don Teodoro Llorente-, tres reales y medio de jornal en dinero, cuarenta onzas de pan negro, una de aceite y media azumbre de vino, pasa tres o cuatro meses aquella pobre gente, viviendo como anfibios (…).
Todo lo contrario que a los sobrios gancheros valencianos, les ocurría a los madereros de las cuadrillas de hombres conquenses
, que disfrutaban de la consideración de ser proveídos durante la travesía con la comida condimentada por mujeres, que hacían las veces de cantineras y que eran conocidas con el cariñoso sobrenombre de las bonacheras. También ha escrito sobre las maderadas F. Herrero, (LAS PROVINCIAS, 28 de noviembre, de 2006). -El siguiente párrafo corresponde a una crónica donde se reproduce cuando Pardo relata la exhibición que los madereros valencianos efectuaron en Aranjuez donde se hallaba la reina Isabel II y su corte:
“Los madereros –escribe– ejecutaron las maniobras de su oficio con presteza y habilidad y construyeron un puente movedizo, pero seguro, por el cual su majestad, seguida de sus aristocráticas damas, cruzó el río”...,
***

En 1830, el intendente corregidor de Valencia ordenó, que la madera no fuese apilada en la Rambla todo como consecuencia del peligro que suponía que una riada hiciese estrellar los troncos sobre los trece arcos de sillería que consta el puente de
San José, o de los otros puentes. Sobre los dos tajamares, espolones salientes de los pilares para frenar la corriente del agua, por aquellos tiempos había dos esculturas de Ponzanelli. Es a principio del siglo XX, cuando proliferaron los aserraderos y almacenes de madera vora riu. Las expediciones de las maderadas todavía llegaron a Valencia hasta bastante tiempo después, según aparece en un periódico de 10 de febrero 1867 que informa de que la remesa de maderas que periódicamente se trasladada al cap i casal, acaba de llegar a las puertas de la ciudad y los troncos son apilados en los almacenes y peanyes situadas en la parte izquierda del puente de San José. Els marjales moradores de este antiquísimo arrabal eran testigos preferentes de tan espectacular, como habilidoso y arriesgado trabajo de las cuadrillas en la atrevida conducción de las ingentes maderadas hasta dejarlas almacenadas en la hondonada que por aquel entonces alcanzaba desde el pont Nou (san José) hasta la actual pasarela de Nuevo centro, donde antaño se encontraba el tétrico cremador.